Cuando yo era chico, hace mucho tiempo, China casi no existía para mí. Tengo un par de vagos recuerdos de ese tiempo. Uno es que según el Tesoro de la Juventud, que yo leía mucho de niño y era una especie de Wikipedia de esa época, la Gran Muralla era el único monumento terrestre visible desde la Luna (lamentablemente hace poco me enteré que no es cierto). El otro recuerdo es que según “Créase o no” (Ripley), la población china era tan grande que, si se ponían a desfilar de a 10 por fila el desfile no terminaría nunca. Era algo incomprobable, pero que a mí me impresionó mucho.
Parecía como que, si bien sabíamos que había un país así, para nosotros dado lo lejano y extraño, China no importaba. Pasaban los años y sólo llegaban noticias sobre ciertas extravagancias como el Libro Rojo de Mao que todos debían leer, las dificultades para alimentar esa gigantesca población, el uso masivo de ropa de algodón azul o que la bicicleta era el principal medio de transporte.
En las décadas del 60 y 70 las masivas campañas fracasadas del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, me transmitían la sensación de un país inviable. No me imaginaba que en algún momento esto pudiera cambiar. Sin embargo, tras la muerte de Mao en 1976 surge una nueva generación de líderes, que sin reducir el férreo control político y las restricciones a la libertad de los habitantes, introduce importantes cambios económicos (el llamado “socialismo de mercado”) y sociales (política de hijo único). Estos cambios, junto con una apertura al mundo y a la inversión extranjera, han significado un crecimiento espectacular de su economía a lo largo de 25 años.
Hoy no podemos ignorar a China, ya que convivimos con China en la enorme cantidad de productos que compramos en forma directa o indirecta que son fabricados allí. También hoy, a pesar de su lejanía, viajamos a conocer China o a comerciar con los chinos y también los chinos vienen a comerciar con nosotros en Argentina y posiblemente en el futuro vengan masivamente a conocer la Argentina.
Estos cambios tan profundos ocurridos en un lapso de tiempo relativamente corto, despertaron mi curiosidad por descubrir las razones que lo explican. Cómo lograron convertirse en la segunda potencia económica mundial (tras EEUU) y según las proyecciones serán la primera en un futuro no muy lejano. Gran parte de las tensiones con EEUU se originan en la amenaza percibida por ese desplazamiento.
Como siempre, para entender el presente hay que recurrir a la Historia. China es una de las civilizaciones más antiguas que sigue aún hoy vigente. Las primeras dinastías habrían gobernado China hace 5000 a 6000 años atrás y si bien a lo largo de la historia el territorio abarcado se agrandó y achicó varias veces, el núcleo centro-oriental se mantuvo siempre. La decadencia de China comienza en el siglo XIX con las derrotas ante el Imperio Británico en las Guerras del Opio. Es durante ese período que se fuerza una apertura comercial con Occidente. Europa y, en particular Gran Bretaña, compraban en China cantidades crecientes de té, porcelana y seda y los chinos tenían fuertes restricciones a la importación. Esto provocó un fuerte desequilibrio comercial por lo que los ingleses y holandeses comenzaron a venderles a los chinos opio producido en sus zonas de influencia, India, Indonesia, etc. Este comercio resultó muy lucrativo, al punto de crearse en 1865 un nuevo banco para administrar los ingresos, el HSBC.
La continuidad del Imperio Chino a lo largo de más de 2000 años (hasta la proclamación de la República de China en 1912 y luego la República Popular China en 1949) junto con la alta homogeneidad étnica de la mayor parte de la población (el grupo han representa el 91% de la población total y es el mayor grupo étnico del mundo) explican, a mi entender, parte de lo que ocurre actualmente. Creo que los chinos se sienten herederos de una tradición milenaria y quieren recuperar el brillo imperial, que alcanzaron durante algunas de las grandes dinastías. Como prácticamente no han experimentado la democracia liberal, aceptan sin problemas un régimen unipartidista y autoritario que limita ciertas libertades, que para nosotros son básicas, a cambio de los grandes éxitos que la han convertido en una potencia económica y militar a un nivel global. La homogeneidad étnica facilita estos logros porque reduce el disenso.
Un tiempo atrás leí un breve ensayo de Jorge Luis Borges titulado “La muralla y los libros”. Me resultó sorprendente que el mismo gobierno que ordenó construir la muralla para proteger al recientemente consolidado imperio de las amenazas externas, ordenara también quemar la mayoría de los libros que hablaban de los reinos anteriores. Esto despertó mi curiosidad por conocer a este personaje Qin Shi Huang, que se autotituló Primer Emperador.
Hoy día cuando los turistas van a China, dos de las grandes atracciones que se les ofrecen es visitar la Gran Muralla y conocer los Guerreros de Terracota en Xian. Ambos son legado del Primer Emperador.
Les recomiendo leer el ensayo de Borges publicado en el diario La Nación en 1950 (ver abajo, aunque el nombre es distinto, se trata del mismo personaje) y ver el video sobre el Primer Emperador para entender un personaje de enorme impacto en China, que nos acerca temas siempre vigentes tales como el poder, la inmortalidad, etc.
Jorge Luis Borges – La Muralla y los Libros
Por Jorge Luis Borges (Otras Inquisiciones)
Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado- procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.
Indagar las razones de esa emoción es el fin de esta nota. Históricamente, no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal: erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores.
Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró. Así lo dejan entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos que he referido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales.
Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia comenzara con él.
Shih Huang Ti había desterrado a su madre por libertina; en su dura justicia, los ortodoxos no vieron otra cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vez, quiso borrar los libros canónigos porque éstos lo acusaban; Shih Huang Ti, tal vez, quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo; la infamia de su madre. (No de otra suerte un rey, en Judea, hizo matar a todos los niños para matar a uno.)
Esta conjetura es atendible, pero nada nos dice de la muralla, de la segunda cara del mito. Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte.
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Todas las cosas quieren persistir en su ser, ha escrito Baruch Spinoza; quizá el Emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no puede entrar en un orbe cerrado.
Quizá el Emperador quiso recrear el principio del tiempo y se llamó Primero, para ser realmente primero, y se llamó Huang Ti, para ser de algún modo Huang Ti, el legendario emperador que inventó la escritura y la brújula.
Este, según el Libro de los ritos, dio su nombre verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se jactó, en inscripciones que perduran, de que todas las cosas, bajo su imperio, tuvieran el nombre que les conviene.
Soñó fundar una dinastía inmortal; ordenó que sus herederos se llamaran Segundo Emperador, Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y así hasta lo infinito…
He hablado de un propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron actos simultáneos.
Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que empezó por destruir y luego se resignó a conservar, o la de un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía.
Ambas conjeturas son dramáticas, pero carecen, que yo sepa, de base histórica. Herbert Allen Giles cuenta que quienes ocultaron libros fueron marcados con un hierro candente y condenados a construir, hasta el día de su muerte, la desaforada muralla.
Esta noticia favorece o tolera otra interpretación. Acaso la muralla fue una metáfora, acaso Shih Huang Ti condenó a quienes adoraban el pasado a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil.
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Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: “Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ése borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá“.
Acaso Shih Huang Ti amuralló el imperio porque sabía que éste era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.
Acaso el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son operaciones que de un modo secreto se anulan.
La muralla tenaz que en este momento, y en todos, proyecta sobre tierras que no veré su sistema de sombras es la sombra de un César que ordenó que la más reverente de las naciones quemara su pasado; es verosímil que la idea nos toque de por sí, fuera de las conjeturas que permite. (Su virtud puede estar en la oposición de construir y destruir, en enorme escala.)
Generalizando el caso anterior, podríamos inferir que todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en un “contenido” conjetural.
Eso concordaría con la tesis de Benedetto Croce; ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma.
La música, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.
Cita Diario La Nación: http://www.lanacion.com.ar/814407-la-muralla-y-los-libros
Desde que leí el texto de Borges y vi el video que relata la vida de Qin Shi Huang creo que entiendo un poco más esta epopeya que ocurre ante nuestros ojos.
Podrán los chinos lograr lo que nunca pudieron los egipcios, los griegos o los romanos, hacer resurgir un imperio?, o el gradual aburguesamiento de sus líderes y su población, absorbidos por el consumo, auguran su decadencia? Será el actual presidente chino Xi Jinping el nuevo emperador? Habrá un vencedor en la guerra económica entre USA y China?
Quizás estamos “asistiendo” a una nueva megaserie de Netflix, de acceso libre, en la que nos esperan nuevas temporadas por mucho tiempo…
Jorge Mandelbaum (Enero de 2020)
4 Comments
Buenas tardes, que maravilloso este texto!!!
Hola Juliana, me alegra mucho que te haya gustado este texto. Las sabias palabras de Borges nos hacen pensar, lo que es muy bueno.
Excelente su blog! Ojalá muchos dedicaran tiempo a escribir y leer como usted. Gracias por sus bellos relatos.
Muchas gracias por tus palabras