Quién se acordaría hoy de Lisa del Giocondo, de Rodolphe Kreutzer, de Adele Bloch-Bauer, del Conde Ferdinand von Waldstein, etc, etc, si no fuera porque están asociados a obras maestras de artistas como Leonardo da Vinci, Ludwig van Beethoven y Gustav Klimt?
La tan anhelada fama que tantas personas esperan alcanzar en vida y/o tras su muerte, vemos que se puede lograr no necesariamente por mérito propio, sino haciéndose retratar por un promisorio o ya famoso pintor. O quizás ayudando económicamente a un joven y talentoso compositor, que no puede generar los ingresos para vivir decorosamente. Estos son sólo unos pocos ejemplos de un fenómeno que ha ocurrido a lo largo de la Historia, y probablemente siga ocurriendo actualmente, aunque para verificarlo haya que esperar un tiempo.
A veces la fama es indirecta, como sucede con los Conciertos Brandenburgueses de Johann Sebastian Bach, que están dedicados al Margrave (Marqués) Christian Ludwig de Brandeburgo o dudosa como en las Variaciones Goldberg, también de Bach. En este último caso la versión más conocida (aunque es cuestionada) es que el embajador ruso en la corte de Sajonia sufría de insomnio, y quería que Bach compusiera una obra para entretenerse durante las noches en vela. Bach le entregó un Aria con variaciones para que la interpretara el joven clavecinista Johann Gottlieb Goldberg, alumno de Bach al servicio del embajador, y fue generosamente retribuido por ello.
Entonces el secreto está a la vista, si no tenemos el talento para hacernos famosos solos, lo podríamos lograr asociándonos a un verdadero talento artístico. Bueno, puede que no sea tan fácil, o que no demos con el talento o que esté fuera de nuestro alcance contratarlo.
Mientras tanto, veamos con más detalle los casos anteriores. Para el caso de Leonardo da Vinci y su famosísimo retrato conocido como “La Gioconda” o “La Mona (Madonna) Lisa” citamos a uno de sus recientes biógrafos, Walter Isaacson (“Leonardo da Vinci: la biografía”):
“Vasari ofrece una vívida descripción de la Mona Lisa en su biografía de Leonardo, publicada por primera vez en 1550.
Vasari se refería a Lisa del Giocondo, nacida en 1479 de una rama menor de la distinguida familia Gherardini, cuyos orígenes como terratenientes se remontaban a la época feudal, pero cuyo dinero no había sobrevivido tanto. A los quince años, se casó con la rica, pero no tan destacada, familia Giocondo, que había amasado su fortuna con el comercio de la seda. Su padre tuvo que ceder una de sus fincas como dote, ya que carecían de suficiente liquidez, pero el matrimonio entre la aristocracia terrateniente venida a menos y la pujante clase mercantil redundó en beneficio de todos los interesados. Su esposo, Francesco del Giocondo, había perdido a su primera mujer hacía ocho meses y tenía un hijo de dos años que criar. Después de haberse convertido en el proveedor de sedas de los Médicis, su prosperidad iba en aumento, con clientes en toda Europa, y compró algunas esclavas moras norteafricanas para que se encargaran de las tareas domésticas. Todo indica que se había enamorado de Lisa, algo que no solía valorarse a la hora de concertar esta clase de matrimonios. Francesco contribuyó a la manutención de la familia de Lisa y, en 1503, ella ya había dado a luz dos hijos. Hasta entonces habían vivido en casa de los padres de Francesco, pero como la familia crecía y había buenas perspectivas económicas, Francesco compró una casa y, en esa época, encargó a Leonardo que pintara el retrato de su esposa, que acababa de cumplir veinticuatro años”.
Leonardo nunca entregó el retrato a su comitente y lo llevó consigo por el resto de su vida en Florencia, Milán, Roma y finalmente en Francia, retocándolo y perfeccionándolo. Qué hubiese ocurrido si Francesco encargaba el retrato a uno de los tantos pintores de retratos de Florencia, en vez de al genio de Leonardo? Seguramente no conoceríamos su imagen, con su sutil sonrisa y no recordaríamos su nombre.
Un caso similar es el de Adele Bloch-Bauer (1881-1925), la hija de un banquero judío que se casa a los 18 años con un rico industrial azucarero, Ferdinand Bloch-Bauer. Ambos se convierten en anfitriones culturales de la sociedad vienesa de principios del siglo XX. Ferdinand le encarga al más famoso pintor vienés de esa época, Gustav Klimt, un retrato de Adele que se constituye, junto con el icónico “El beso”, en uno de los mejores ejemplos del “período dorado” de Klimt.
Además de retratar el bello rostro de Adele la obra, de gran formato (138×138 cm), impacta por su profusa decoración realizada con oro (Retrato de Adele Bloch-Bauer I (1907)). Años más tarde, Klimt realizó un segundo retrato de Adele (Retrato de Adele Bloch-Bauer II (1912)), menos famoso que el primero y en un estilo diferente.
Adele fallece a los 43 años sin dejar descendencia. En 1938 los nazis invaden Austria y confiscan las obras de arte de Ferdinand, quien debe huir a Suiza para salvar su vida. Desde el año 1941 hasta el año 2006 el Retrato (conocido como “La dama dorada”) se exhibe en la Galería Belvedere de Viena. Tras seis años de pelea judicial contra el Belvedere y el gobierno austríaco, María Altmann de 83 años, sobrina de Ferdinand, recupera la pintura basándose en el testamento de 1945 de su tío. Finalmente Altmann vendió el famoso retrato a Ronald Lauder por 135 millones de dólares, que lo convirtió en la pieza central de su museo en New York, la Neue Galerie, afirmando que esta obra es su “Mona Lisa”. En el año 2015 se estrenó la película inglesa “La dama dorada”, que cuenta la historia de María Altmann y la lucha por sus derechos sobre la obra.
Nuevamente, la fama de Adele es propia o de Klimt? Cuánto influyó su particular historia?
Hay casos parecidos en el ámbito musical. Uno de los más llamativos es el de la “Sonata a Kreutzer”. Se trata de la Sonata para piano y violín N° 9 en La Mayor Op. 47 de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Esta obra se destaca por su carácter concertante, donde el piano y el violín se disputan la primacía. Fue en 1803 que Beethoven al piano y George Bridgetower, un joven virtuoso del violín, la estrenaron.
Bridgetower nació en Polonia, como hijo de padre antillano y madre polaca, destacándose desde niño como un virtuoso violinista. Se conoció con Beethoven en Viena y le pidió a éste la composición de una obra para violín y piano, para que la estrenaran juntos. La obra que Beethoven entregó justo antes del concierto, resultó sorprendente por varias razones. Por un lado su extensión (unos 40 minutos), inusual en ese tiempo, por otro las dificultades técnicas que impone a los intérpretes, y por último las intensas pasiones que transmite en sus distintos movimientos. El estreno fue un éxito, y la idea era que Beethoven le dedicara la obra a su amigo Bridgetower. Sin embargo, cuentan que, mientras tomaban una copa, Bridgetower hizo un comentario inapropiado sobre una mujer conocida de Beethoven y éste, muy enojado le reclamó el manuscrito a su amigo. Finalmente Beethoven le dedicó la más famosa de sus sonatas para estos instrumentos al más grande violinista de su tiempo, el francés Rodolphe Kreutzer. Increíblemente Kreutzer nunca la quiso interpretar en público diciendo que era “intocable”. A pesar de ello hoy nos acordamos de Kreutzer sólo gracias a esta dedicatoria.
El carácter apasionado de la obra inspiró al gran escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) su novela “La sonata a Kreutzer”, reforzando en otro ámbito la fama de Kreutzer.
Seguimos con Beethoven como un homenaje, ya que hace pocos días se cumplieron 250 años de su nacimiento. Beethoven luchó durante toda su vida para ser un músico económicamente independiente. No quería repetir la experiencia de su maestro F. J. Haydn (1732-1809) que trabajó como músico de corte para la rica y aristocrática familia Esterházy la mayor parte de su vida. Tampoco tener la inestabilidad financiera de W. A. Mozart (1756-1791).
Beethoven trató de generar ingresos a través de conciertos públicos y clases particulares a alumnos de clase acomodada. A pesar de ser muy valorado como pianista y compositor, no siempre lograba solventar sus gastos y muchas veces debió ayudar a su familia (hermanos y sobrinos). Por eso, en numerosas oportunidades debió recurrir a la asistencia económica de prominentes miembros de la nobleza austríaca, que querían que se quede en Viena. La forma que encontró Beethoven para agradecerles, fue dedicándoles obras que hacen que aún hoy nos acordemos de ellos.
Un ejemplo destacado es la Sonata para piano N° 21 en Do Mayor Op. 53 conocida como “Waldstein”. Fue compuesta en 1804 y es una de las obras más importantes del llamado “período heroico” de Beethoven (1803-1812). Muchas familias tenían un piano en su casa y los editores le pedían a Beethoven nuevas obras que pudieran ser interpretadas por pianistas de nivel medio. Así ocurría con las sonatas para piano anteriores a la N° 21. En ésta Beethoven decide subir la vara y compone, a partir de ese momento, para pianistas consumados, capaces de afrontar dificultades técnicas superiores. Influye en esto la introducción de mejoras en el diseño de los pianos, que permiten este tipo de composición.
La sonata fue dedicada al Conde Ferdinand von Waldstein (1762-1823), amigo y promotor de Beethoven. Él logró que el Príncipe Elector de Colonia financie el viaje de Ludwig desde Bonn, su ciudad natal, hasta Viena para estudiar con Haydn, dando comienzo así a una de las más brillantes carreras musicales.
La necesidad de Beethoven de recurrir a estos “sponsors” podía tener altibajos, como ocurrió con el Príncipe Lichnowsky (Karl Alois). Fue uno de los que lo ayudó económicamente entre 1800 y 1806 y a él le dedicó varias obras, entre ellas la Sinfonía N° 2 y la Sonata para piano “Patética”. En el año 1806 Lichnowsky invitó a Beethoven a pasar dos meses en su casa de campo en Silesia. En ese tiempo Napoleón ocupa Prusia y oficiales franceses se alojan en el palacio en que está Beethoven. El dueño de casa quiere congraciarse con los invasores y le ordena a Ludwig que toque el piano para ellos, a lo que éste se niega. El Príncipe lo amenaza con meterlo preso y Beethoven muy enojado huye a Viena. Desde allí le envía la siguiente nota:
“Príncipe, lo que vos sois, lo sois por el azar del nacimiento. Lo que yo soy, lo soy por mí mismo. Príncipes los hay y habrá todavía a millares. No hay más que un Beethoven”.
En estos ejemplos descubrí qué debo hacer para asegurar mi futura fama. Estoy buscando un Beethoven o un Klimt actuales, a los que pueda contratar por un precio razonable. Sólo me queda una duda: cómo haré para saber que soy famoso dentro de 100 años?
8 Comments
Muy bueno Jorge. Abrazo
Muchas gracias Jorge
Feliz Año Nuevo!!! Infinitas gracias por acompañarme durante el 2020! Un abrazo
Muchísimas gracias y muy buen año!
Muy buen trabajo, Jorge. Y muy interesantes los casos tomados como ejemplo. Un fuerte abrazo.
Muchas gracias Roberto por tu comentario
Todas son excelentes elecciones, Jorge. Particularmente la dinámica musical de ambas sonatas es impresionante, y es un claro desafío al virtuosismo de los ejecutantes. Muchas gracias.
Estoy de acuerdo con vos Carlos en el desafío que significan estas sonatas. Por eso quedaron en la Historia. Muchas gracias