Viví toda mi vida en Buenos Aires, la ciudad capital de la Argentina y también su puerto más importante. Es por eso que a los nativos de Buenos Aires nos llaman “porteños”.
Solemos criticar a nuestra ciudad por razones válidas, pero al mismo tiempo la queremos como se quiere a un hijo, a pesar de los defectos que observamos en él. Por eso quiero describir algunos aspectos de Buenos Aires (BA) mostrando, como un padre cariñoso, más sus virtudes que sus defectos.
La Isla
Estoy seguro que muchos porteños no saben de qué estoy hablando. Se conoce como La Isla una pequeña parte del barrio de Recoleta y está delimitada por tres avenidas (Libertador, Pueyrredón y Las Heras) y una calle (Agüero).
Creo que el nombre se debe a que está rodeada de avenidas muy transitadas y ruidosas, pero cuando uno entra en La Isla encuentra el silencio y la calma.
Los terrenos donde se construyó este elegante rincón de la ciudad eran conocidos, a fines del siglo XIX, como “Quinta Hale” y pertenecían al banco Baring Brothers. En 1906, durante el gobierno del Intendente (Alcalde) Casares, se decide comprar esos terrenos de unos 80000 m2 para crear un barrio-parque con una vista privilegiada. Efectivamente, La Isla era una pequeña colina que ofrecía una vista al Río de la Plata y para diseñar la urbanización se contrató al arquitecto francés Joseph Antoine Bouvard (1840-1920), que había trabajado en la urbanización de París y diseñó las diagonales Norte y Sur de Buenos Aires.
El proyecto resultó un éxito, se construyeron lujosas residencias familiares y tras el loteo de 1930, también comenzaron a construirse edificios de departamentos de categoría. Entre 1950 y 1980 la mayoría de las residencias familiares fueron demolidas para construir edificios en altura, logrando subsistir sólo el Palacio Madero-Unzué que es hoy la Embajada Británica (ver la entrada del blog: Recoleta: símbolo de una época).
El diseño urbanístico incluye la Plaza Mitre en la barranca hacia el río, terrazas y tres escalinatas que dan un carácter único al lugar y restringen el movimiento de vehículos, contribuyendo al silencio del lugar.
Puerto Madero
Durante mi niñez, uno de mis paseos favoritos era que mis padres me llevaran al Puerto a ver los barcos, tanto los de pasajeros como los de carga. Mis ojos infantiles quedaban impresionados por esas enormes estructuras, a las que se accedía por unas pequeñas escaleras. Quizás era mi incipiente vocación viajera…
Todo en el puerto era grande, los barcos, las grúas para descargar la mercadería, los depósitos para almacenarla. Lamentablemente esto se interrumpió en 1976 cuando, durante la dictadura militar, se restringió el acceso al puerto por razones de seguridad y no pude retomar estos paseos que tanto me gustaban.
El Puerto Madero entró en decadencia hacia 1930 cuando el tamaño creciente de los barcos obligó a crear un nuevo puerto, con diferente diseño, que sigue vigente, llamado Puerto Nuevo. Además, el creciente uso de contenedores para proteger la mercadería transportada y facilitar su movimiento dejó obsoleto el uso de los viejos depósitos. Por estos motivos se definió, a principios de la década de 1990, transformar Puerto Madero en un gran proyecto urbanístico.
Con los años, se convirtió en un exclusivo barrio de viviendas, sede de empresas, hoteles de lujo y zona de esparcimiento para porteños y turistas.
Cementerio de la Recoleta
No es frecuente que un cementerio sea una de las atracciones turísticas de una ciudad. Hay por supuesto excepciones, como el Cementerio del Pere-Lachaise de París y el Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires. Vale la pena recordar el origen.
Recién a comienzos del siglo XVIII una orden Franciscana, recibe en donación una parcela en las afueras de Buenos Aires y deciden construir un Convento de los Padres Recoletos, junto a una iglesia dedicada a Nuestra Señora del Pilar y un cementerio. De este hecho proviene el nombre del barrio y del cementerio. La zona siguió siendo un suburbio de quintas, junto a la barranca que daba al Río de la Plata.
Cuando en 1822 se disuelve la orden, el Gobierno de Buenos Aires decide habilitar el lugar como cementerio público. En 1871, a causa de la gran epidemia de fiebre amarilla que se desarrolla en la ciudad, la población con mayor capacidad económica decide mudarse progresivamente desde la zona sur (San Telmo), a la zona norte de la ciudad, en las cercanías del Cementerio de la Recoleta.
Esto reconfigura la zona y también el cementerio, que pasa a ser el lugar de descanso definitivo de las figuras públicas más prominentes, así como de las familias más ricas. Por esa razón en 1881 se hace una primera remodelación y muchos años después, en el 2003, una segunda remodelación que le da su aspecto actual.
A semejanza de la ciudad de los vivos, la ciudad de los muertos tiene también un ordenamiento en base a calles, avenidas y diagonales con mucha ornamentación para destacar los sepulcros de las personas más famosas.
Entre las figuras prominentes se encuentran varios expresidentes del país, como Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Julio Argentino Roca, Raúl Alfonsín y figuras como Eva Duarte de Perón (“Evita”) o el Premio Nobel Luis Federico Leloir. La mayoría de las bóvedas están profusamente decoradas con estatuas alegóricas referidas al homenajeado o al tema de la Muerte. Las visitas guiadas llevan a conocer los sepulcros de los personajes más conocidos o los monumentos más destacados.
Algo llamativo es que este cementerio en vez de estar en un sitio alejado, convive con parques y zonas gastronómicas frecuentadas por miles de porteños y turistas, creando una contrastante combinación.
El gran escritor Jorge Luis Borges (1899-1986) publicó su primer libro, “Fervor de Buenos Aires”, en 1923. En el mismo incluyó un poema dedicado a este cementerio llamado “La Recoleta”
«La Recoleta»
Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son normas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa entre otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.
Jorge Luis Borges
Como es habitual, las obras de Borges son muy profundas y poco accesibles en una primera lectura. Recomiendo leerlo varias veces y, si siguen quedando dudas, recurrir a alguno de los varios comentadores de este poema.
Parque Tres de Febrero (popularmente conocido como Bosques de Palermo)
Es, con 370 Ha, el parque más grande de la ciudad y el que mejor la representa.
El nombre oficial de Tres de Febrero, conmemora la Batalla de Caseros que tuvo lugar en 1852 y dio inicio a un período de fortalecimiento institucional y desarrollo económico del país.
El nombre Palermo con que se conoce el parque y un extenso barrio de Buenos Aires, tiene un origen más remoto y oscuro. Poco después de la Segunda Fundación de Buenos Aires en 1580, llegó un militar español llamado Juan Domínguez nacido en Palermo, en ese tiempo Reino de Sicilia, perteneciente a España. Se destacó y en 1605 fue elegido Regidor del Cabildo. Para distinguirse agregó al apellido su ciudad de nacimiento, y a través de su matrimonio y por compra logró tener una importante extensión de tierras en las afueras de la ciudad, que terminaron formando el parque y barrio de Palermo.
El Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, compró a partir de 1838 numerosos terrenos en esta zona, e hizo construir una gran residencia para su familia, introduciendo mejoras sobre un terreno que tenía características de anegadizo.
Al ser derrotado en la Batalla de Caseros y partir al exilio, el Estado logró expropiar los terrenos y llevó años decidir su destino. Finalmente, durante la presidencia de Sarmiento (1868-1874), se aprobó la ley de creación de un parque público en dichos terrenos. En ese tiempo creció el interés por crear, en las grandes ciudades, amplios espacios verdes que sirvieran para el esparcimiento y la mejora de la salud de la población. En esta forma se expresó Sarmiento:
“El Parque 3 de Febrero será de hoy en adelante el patrimonio del pueblo, verdadero tratamiento higiénico, que robustecerá sus miembros por el saludable ejercicio, dilatará su ánimo por el espectáculo de las perspectivas grandiosas que alcanza en todas direcciones la vista, y cultivará el buen gusto, con la combinación de bellezas naturales y artísticas que estos dilatados jardines ofrecerán”.
El Presidente Nicolás Avellaneda inauguró el parque en 1875 plantando, en la vecindad del actual Jardín Japonés, una Magnolia que aún existe.
Lo que hoy vemos en este parque es el resultado de muchos años de construcción y sucesivas modificaciones que llegan al día de hoy. Fueron varios los Intendentes (Alcaldes) de Buenos Aires que agrandaron y/o embellecieron este magnífico parque, pero yo quisiera destacar especialmente el trabajo de Carlos Thays. Este paisajista francés, entre 1891 y 1914, expandió el parque hacia el Norte creando el Lago de Regatas, inauguró el Jardín Botánico, trazó avenidas, creó viaductos para que los trenes cruzaran el parque en forma elevada y ornamentó el parque con numerosas estatuas, no sólo de próceres sino también de poetas. Todo esto hizo que el parque se volviera extremadamente popular como paseo, práctica de deportes y esparcimiento.
Uno de los sectores más populares del parque es el Paseo del Rosedal, así llamado por la existencia de un jardín de rosas con miles de rosales, representantes de numerosas variedades. El conjunto recibió prestigiosos premios internacionales. Forman parte también del Rosedal un lago, un puente, varias fuentes, un Patio Andaluz y un circuito peatonal y ciclístico utilizado diariamente por paseantes de todas las edades.
Otra atracción dentro del parque es el Jardín japonés de Buenos Aires (el más grande fuera de Japón) que fue donado por la Colectividad Japonesa de Argentina en 1967. En él están los símbolos que representan la armonía y el equilibrio. Hay también un Centro de actividades culturales japonesas.
Sería muy largo nombrar todos los diferentes sectores que forman el Parque Tres de Febrero. Dejo sólo algunos destacados:
Planetario Galileo Galilei
Ecoparque (antes Jardín Zoológico)
Campo de Golf
Hipódromo
Museo Sívori de arte argentino
Con estas Estampas Porteñas quiero ofrendarle un pequeño homenaje a Buenos Aires, mi ciudad.
6 Comments
Gracias Jorge!! Hermoso relato de nuestra ciudad. Estando lejos he podido sentirme cerca de cada uno de los espacios que describes. Me encanta leer tus publicaciones!! Espero más
Muchas gracias Delia por tus palabras!. Me anima a seguir escribiendo
Muy interesante tu comentario de nuestra gran ciudad. Para festejar los reyes
Muchas gracias Miguel! Contento de que te haya gustado
Muchas gracias Jorge, es bueno refrescar y actualizarse con lo que compartimos a diario y es tan bello, abrazo
Así es Leo. Muchas gracias